jueves, 18 de septiembre de 2008

caótico discurso de un hombre sin voz


Las últimas medidas tomadas por el gobierno de los EE.UU. para “poner freno” a la crisis tienen, al mismo tiempo, la virtud de poner en relieve la hipocresía reinante entre quienes defienden la liberalización total de los mercados. Si un mercado desregulado fuese una panacea esta crisis no se hubiese producido, si la no-intervención del Estado fuese la norma para una economía saludable el que este intervenga para rescatar a las empresas financieras más importantes del país con el fin de evitar su quiebra debería provocar una caída más pronunciada de los índices bursátiles, más no su recuperación (y ruego que si lo dicho no es lógico, me expliquen donde está la falacia que me conduce a este error).

Si analizamos, por otra parte, la crisis de 1.929, descubrimos que también fue necesario el intervencionismo estatal para paliar, primero, sus efectos y para solucionarla después, muchos sostienen que fue la combinación del New Deal y la Segunda Guerra Mundial lo que salvó la situación y no “la mano mágica del mercado”. Casualmente, en ambas crisis la mano mágica del mercado brilló por su ausencia.

La razón y las analogías nos indican que para que exista civilización ha de existir orden, y que para que el orden sea posible han de existir reglas y normas (si bien es cierto que un exceso de reglas y normas conducen, sin lugar a dudas, al estancamiento). Dicho de otra forma, un Estado que intervenga en cada uno de los aspectos de la vida diaria de sus ciudadanos es un estado totalitarista mientras que un Estado que no intervenga en ninguno de estos aspectos es un Estado ausente.

¿Cuál es, entonces, la función del Estado? Si analizamos la historia podríamos deducir que su función es la de evitar la tiranía de una minoría sobre una mayoría al mismo tiempo que evita la tiranía de una mayoría sobre una minoría o, en otras palabras, el Estado ha de evitar que los más poderosos (en número, dinero, etc.), abusen de los menos poderosos.

El Estado de los países más avanzados tecnológicamente del siglo XXI se caracterizan, por el contrario, por mostrar una creciente tendencia a ceder ante el poder de los grupos de presión de distinta índole, principalmente económicos aunque en épocas de elecciones los grupos no económicos también hacen su agosto, y la función más importante de quien detenta la administración del Estado, esto es, su gobierno, pareciese ser la de gobernar para mantenerse en el poder antes que la de gobernar para procurar el bienestar de quienes han confiado en ellos para que velen por su seguridad e intereses.

Tengamos en cuenta un dato, es sabido que la pequeña y mediana empresa tienen un mejor ratio “puesto de empleo/capital invertido” que la gran empresa. Mientras una pequeña empresa necesitará unos € 30.000,= para generar uno o dos puestos de trabajo, una gran empresa precisará no menos de € 500.000,= para el mismo cometido. Sin embargo las políticas económicas, por lo general, favorecen a la gran empresa en lugar de a la pequeña y mediana, de la misma forma la carga impositiva de las personas más pudientes es porcentualmente menor que la carga impositiva de las personas menos pudientes. Dicho en cristiano, cuanto menos ganas más porcentaje de tu dinero es utilizado para pagar impuestos, esto es, sostener el Estado.

Indudablemente podríamos decir que no hemos aprendido las lecciones que nos ha dejado la Revolución Francesa, donde los aristócratas no pagaban ningún tipo de impuestos y los burgueses y el pueblo llano tenía a su cargo el sostenimiento de los gastos del Rey (que era, según Luis XIV, en quien se encarnaba el Estado).

Esto me lleva a suponer que estamos ante un fenómeno particularmente peligroso, el renacimiento de los privilegios ¿Por qué me atrevo a decir esto?

Porque nos estamos acostumbrando a aceptar una serie de cosas altamente peligrosas pensando que son por nuestro bien, al menos nos dicen que son por nuestro bien. Esta serie de cosas marcan la introducción de los mecanismos de seguridad del Estado en nuestra vida diaria. Lenta pero firmemente se legisla sobre lo que no debería legislarse y esto abre un camino que conduce, inexorablemente, hacia el totalitarismo.

Hechos inocentes como obligar a la gente a usar el cinturón de seguridad si conduce, de obligar a los motoristas a usar casco introducen la idea de que el Estado puede tomar en su mano decisiones que son propias del ciudadano, que deberían corresponderle a él. Lo explicaré de otra manera: Es correcto que el Estado obligue a los fabricantes de automóviles a aumentar la seguridad de sus vehículos, es correcto que les obligue a que sus vehículos estén provistos desde que salen de fábrica de airbags y cinturones de seguridad, pero la decisión de utilizar, o no, los cinturones de seguridad corresponde al ciudadano y no al Estado.

De hecho, creo que es el acostumbrarnos a ese tipo de medidas, sumado a la debacle de los sistemas educativos que es posible ver en la mayoría de los países del mundo, lo que permite siquiera que se piense en las cosas que piensan los eurodiputados (jornada laboral de 65 hs., control más férreo sobre Internet, etc.).

A veces suelo pensar que América Latina ha sido, durante muchos años, una especie de campo de experimentación donde se probaron las distintas políticas que hoy se llevan a la práctica. Por una parte, los sistemas educativos intentan estadounizar nuestros jóvenes, es decir, dar a los estudiantes los conocimientos que necesitan para trabajar con eficacia más no para pensar y razonar con eficacia, eso proporciona mano de obra incapaz de reaccionar cuanto la patronal le patea el trasero e incapaz de contrastar información para deducir si le están mintiendo desde el gobierno o si verdaderamente están trabajando para su bienestar.

Esto impide que la gente asocie la palabra economía liberal a especulación, cuando toda persona con algo de formación sabe que la especulación (el juego entre la oferta y la demanda, comprar barato para vender caro, etc.) es la base del sistema capitalista.

Veamos, ahora, las cosas desde un prisma distinto: Quienes conformaron el Consejo de accionistas y el Directorio de las empresas que estaban por quebrar y fueron absorbidas y rescatadas por el gobierno de los Estados Unidos de América con el fin de evitar esa quiebra se han retirado a sus mansiones de lujo con cientos de millones de dólares a buen resguardo en sus cuentas bancarias seguramente abiertas en paraísos fiscales. Que sepamos, ninguno de ellos se ha suicidado de vergüenza o pedido disculpas a sus accionistas o cobrará el subsidio de desempleo. Es decir que ganaron dinero, se repartieron los beneficios durante las épocas de vacas gordas y en la época de vacas flacas, casualmente provocada por ellos, no se mostraron dispuestos a reinvertir esos beneficios en sus empresas por miedo a perderlos por lo que llamaron a papá Estado (al que habían repudiado por años) para que se hiciese cargo del desaguisado que ellos habían provocado utilizando para ello el dinero de la gente a la que ellos habían estafado gracias a su actividad especulativa. Lindo ¿no?

Recuerdo ahora un comentario del Gran Wyoming en el cual destacó las críticas que recibió Hugo Chávez por haber estatizado empresas que daban ganancias y las felicitaciones que ha recibido el gobierno estadounidense por haber estatizado empresas que dan pérdidas, cualquiera de nosotros (ciudadanos de a pie) pensaría que debería haber sido al contrario (Por más antipático que nos sea Hugo Chávez).

Como conclusión, dejo a quien lea esto la tarea de buscar las referencias y de terminar mi caótico razonamiento, creo que los Estados deberían intervenir y regular los distintos mercados de la misma forma que regulan a la sociedad. Los ciudadanos tenemos leyes y normas que respetar y las empresas también deberían tenerlas, la ausencia de reglas permite que el único límite sea el de la ambición y todos sabemos que una de las cualidades humanas es que nuestra ambición y codicia tienen a ser infinitas.