domingo, 2 de diciembre de 2007

las desventajas de creer


Lo más difícil del oficio de escritor no es, como suele pensarse, encontrar la primera frase o el final, sino encontrar la historia acerca de la cual escribir. Una vez hallada el resto es fácil, ocurre casi por necesidad y urgencia y esto es así cuando deseas escribir un poema, un relato o novela o una nota periodística o un ensayo.

Lo paradójico es que vivimos en un mundo infinito en historias reales o inventadas, desde la que puede ocultarse, por ejemplo, detrás de la sonrisa estereotipada de quienes trabajan de cara al público como la que vegeta detrás del basurero que persigue día a día el camión que devora lo que la ciudad descarta. Todos tenemos historias y estas se entrelazan y mezclan y reconvierten en otras, como si se retroalimentaran de sí mismas, pero nos cuesta encontrarlas, discernirlas, detrás de los gestos cerrados, caras hurañas, sonrisas falsas, conductas arquetípicas.

Por eso siempre he creído que una de las cualidades más importantes de un escritor es la empatía, no logro concebir que pueda escribirse desde la indiferencia, aunque hay quien lo hace y goza de efímera relevancia. El escritor ha de ser o bien empáticos con el mundo o bien empáticos con ellos mismos, porque algo que muchas veces olvidamos es ver las cosas desde nuestro particular y propio punto de vista y no a través de lo que nos dicen, cuentan o nos han enseñado. Cierto es que la personalidad de cada uno es la suma de cientos de personalidades antiguas, que se entrelazan y mezclan y retroalimentan como las mismas historias, y que nuestro punto de vista o criterio nace de la diversidad de criterios que nos han alimentado. Por eso es también tan importante el ser curioso.

Alguien que escribe, yo en este caso, va dejando en el papel trazo tras trazo partes de un mapa que no es otra cosa que el mapa de sí mismo pero pocos lectores no entrenados podrían descubrir a quien se descubre de esta forma. Solemos creer, solemos creer lo que está escrito porque al leer lo que está escrito las palabras resuenan en nuestras cabezas como si brotaran de nosotros y pocas veces, muy pocas veces, cuestionamos lo que leemos.

Sí, sé que hay personas que poseen el oficio de cuestionarlo todo, de verificar y volver a verificar lo que se dice, como se dice, para lograr entresacar lo cierto de lo que no lo es tanto, para conseguir discernir los hechos reales, sea lo que sea lo que entendemos por realidad, de los hechos tergiversados pero la gran mayoría suele creer lo que lee siempre y cuando lo que lee no choque frontalmente con sus creencias más íntimas o principios más firmemente sostenidos.

Los grandes políticos, una raza en extinción en nuestros tiempos, solían leer profundamente una gran cantidad de periódicos, opositores u oficialistas, de izquierda, centro o derecho, todos poseían pequeñas partes de una verdad que contribuía a concebir una noción más aproximada a lo que sucedía de la que se obtendría al leer un solo diario. La gente de la calle no hace esto por distintas razones, desde la puramente económica hasta la de no tener tiempo, se aficiona a una manera de decir las cosas y se forma e informa a través de un periódico determinado que, generalmente, defiende y apoya su punto de vista, su criterio. El problema que encontramos en esto es que nos posicionamos en uno de los ángulos a través del cual se puede contar una historia y esto impacta directamente sobre nuestro criterio, cerrándolo.

Dentro de este juego la televisión funciona como una especie de dictador omnipresente. La tenemos allí y la encendemos para que nos haga compañía, pero es una compañía que puede ser peligrosa al influenciar nuestros pensamientos y acciones. No en vano vivimos la explosión del consumismo, no en vano tendemos a ver al hemisferio occidental como bueno y al oriental como malo, no en vano en mi país, Argentina, ciertos periodistas recibían desde subsidios hasta publicidad o directamente sueldos del gobierno de turno. Si desde la televisión y los diarios se repite continuamente “estamos en crisis”, la gente de la calle, yo o vos, terminamos por creerlo aunque no sea cierto.

Nosotros, los ciudadanos de la calle, no podemos darnos el lujo de continuar siendo el objetivo impasible de información y actitudes tendenciosas, debemos negarnos a aceptar la ventana parcial que determinadas personas o medios abren para que veamos los hechos de la forma en que ellos quieren que sean vistos.

Debemos acceder a distintos puntos de vista para tener la capacidad de analizar un hecho desde la mayor cantidad de ángulos posibles para poder, de esta forma, construir nuestra opinión, una opinión informada pero no formada por quienes intenta utilizar el inmenso poder que tienen en sus manos con fines privados o corporativos.

Contrastar fuentes, hechos, opiniones, etc., nos da la imagen más aproximada de lo que ocurre, conformarnos con saber lo que desean que sepamos, resignarnos a recibir la información de una sola fuente y ya digerida y manipulada solo contribuye a hacernos ignorantes.

Nuestro poder, el poder del ciudadano de la calle, comienza en su formación y en la capacidad de discriminar la información que recibe y no podemos dejar ese poder también en otras manos. A quienes gobiernan y a quienes desean gobernar no les interesa que el ciudadano que han de gobernar sepa y conozca y pueda interpretar lo que ocurrió, ocurre o se planea, le interesa solamente que el ciudadano seleccione entre un montón de baratijas aquellas que más le gustan, sin cuestionar como fueron hechas o de donde provienen o si realmente no les costará nada y les traerá beneficios. Y quienes gobiernan no son solo los políticos de turno, sino también los empresarios a través del lobby y todo aquél que haya tenido la habilidad suficiente como para manejar un determinado caudal de dinero o de votos.

1 comentario:

Alan dijo...

Interesante post, aunque difícil de comentar por su amplitud. Me gusta lo que comentás sobre los periódicos que leemos. Si bien es cierto, ¿quién de nosotros puede realmente disponer de tiempo suficinete como para formarse una opinión objetiva sobre todos los temas relevantes de la política? Y pero aún, ¿quién de nosotros tiene motivación para hacerlo? Unas elecciones regionales o estatales cada ciertos años, no parecen suficiente motivación como para que uno piense: me informaré, participaré con un criterio objetivo, y algo cambiará.

Al final votamos, opinamos y debatimos, desde criterios subjetivos e incluso, a veces, afectivos. Porque nuestros afectos y simpatías son todo lo que podemos abarcar, lo único sobre lo que podemos realmente influir (y a veces, ni eso).