lunes, 17 de diciembre de 2007

la riqueza de las naciones


Es interesante comenzar a hurgar en el arcón de los recuerdos para encontrar definiciones y datos ya olvidados pero que, inevitablemente, han colaborado en el proceso de formación de mi ingenuidad política. De hecho debería decir a quien esté leyéndome que para aprender me baso en una serie de postulados que son los que me permiten construir esta especie de anfisbena que es mi criterio, y digo anfisbena en el total significado metafórico que puede dársele a la palabra ya que con la mente se puede, y de hecho se pudo, construir monstruos.

Estos postulados podrían ser resumidos en una serie de puntos breves como estos:
1. Nadie está libre de cometer errores, ni siquiera dios es infalible.
2. Todos tenemos el derecho inalienable a cometer nuestros propios errores.
3. Por haberte equivocado antes no sabes más que yo.
4. Que te aplaudan no implica que tengas razón, solo implica que tus pensamientos coinciden con los de la gente que te aplaude.
5. No es bueno que la gente muera si puede evitarse.
6. A todos nos gusta sobresalir de alguna forma.
7. Todos, de alguna manera, hemos arreglado alguna vez el mundo.
8. La sociedad fue la forma de oponernos a la supervivencia del más apto o ley de la jungla.
9. No hablo porque tenga algo que decir, sino porque quiero decir algo.
10. De nuestras certezas provienen nuestros futuros errores.

Cuando me lanzo al juego de pensar, pensar siempre es un juego para quien carece de poder formal o fáctico, lo primero que hago es pensar en un mundo utópico en el cual nadie pase hambre, nadie muera de abandono, nadie vea coartados sus derechos por alguien que, de alguna forma, pueda ser más poderoso. Sin embargo en mi mundo ideal persisten las diferencias o distingos porque, y esto es algo sabido por todos, el ser humano precisa diferenciarse para alejarse de la manada como identidad. En mi mundo ideal no hay imposiciones aunque sigue habiendo delitos por lo que, indefectiblemente, se necesita de leyes y normas, etc., etc.

Tomo entonces como premisas del pensamiento las simples ideas que surgen, a su vez, de mis postulados. El ser humano se agrupó en sociedades para luchar contra la ley de la selva, la supervivencia del más apto, no eran condiciones de vida aceptables para un animal consciente de su propia mortalidad y que, además, establecía lazos de afecto con los demás integrantes. Procuraban a supervivencia de todo el grupo antes que la supervivencia de solo algunos miembros aunque, también por aquellos tiempos antediluvianos, han de haber nacido las ideas de auto sacrificio gracias a las cuales uno de los integrantes del grupo se sacrificaba voluntariamente por el bien del conjunto (recalco la palabra voluntariamente).

Pero, indudablemente, diez mil años de evolución positiva (llamémosla así) no ha alcanzado a eliminar noventa mil años de instinto y dentro de cada ser humano subsisten los rasgos instintivos como en cualquier otro animal, rasgos que condicionan su manera de comportarse en grupos, de intentar destacar, de aparearse, etc. Estos rasgos instintivos también condicionan la manera de pensar del ser humano, y este condicionamiento es fácilmente identificable en cuanto se justifican medidas que parecen seguir las leyes evolutivas postuladas por Charles Darwin.

Podríamos, entonces, decir que la idea de civilización se contrapone a la idea de la evolución. La civilización implicaría un rompimiento de los postulados evolutivos y de la selección natural. Ya no sobrevive solo el más apto, al menos aparentemente, sino que la sociedad acepta que aquellos con determinadas deficiencias no solo sobrevivan, sino que gocen también de las mismas ventajas y derechos que los demás lo qué, desde un punto de vista civilizado, es más que correcto.

Sin embargo los seres humanos tienen, aparentemente, la costumbre de pensar en aptos y menos aptos desde un punto de vista orgánico, una persona con determinadas limitaciones orgánicas (un celíaco, por ejemplo) es fácilmente identificable como una persona con “problemas” o una discapacidad. Pero en el mundo moderno la capacidad de sobrevivir ya no proviene del estado físico u orgánico de una persona, al menos no solamente de eso, sino también de otras capacidades o atributos como, por ejemplo, su capacidad poder satisfacer su ambición de poder, sea este poder formal o fáctico.

De esta forma parece correcto aceptar la idea de excluir socialmente a un individuo cualesquiera a partir de su fracaso, dicho de otra manera, considerar a los pobres como seres marginales no aptos para la supervivencia en sociedad. Por esto muchos pensadores han sostenido en su momento que el Estado no ha de ocuparse de socorrer a quienes son incapaces de socorrerse a sí mismos, una idea que a poco que la analicemos se nos demuestra como totalmente de acuerdo con los postulados de la selección natural y totalmente opuestos a la idea de civilización humana.

De hecho, siempre he pensado que el éxito que han tenido el capitalismo y el liberalismo encuentra sus razones no en el hecho de que hayan funcionado para el bien de todos, sino que lo encuentran en el hecho de que han funcionado para el bien de unos pocos. Quizás crean que digo esto sin base cierta, pero si pensamos que en el mundo actual el 20% de sus habitantes disfrutan del 80% de los recursos encontramos la base sin demasiado esfuerzo.

Más, aparentemente, puede decirse que hay países pobres por no seguir las ideas liberales y países ricos por seguirlas y que la globalización de los principios del liberalismo económico garantizaría el bien de todos. A esta idea podemos contraponerles los descubrimientos de Vilfredo Pareto que es conocido como el Principio de Pareto que dice, en pocas palabras, que el 20% de las causas producirá el 80% de los efectos (las cifras no son exactas, pero demuestran una tendencia natural en la ocurrencia de las cosas). Este principio es aplicado en la economía con mucho éxito y también se aplica en el gerenciamiento empresas. Cualquier gerente sabe que el 20% de su cartera de productos es el responsable del 80% de sus ventas, o que el 20% de sus clientes producen el 80% de sus ganancias. Naturalmente, se tiende a eso.

En economía, por su parte, se sabe que naturalmente el 20% de una población disfrutará del 80% de los recursos y del poder político mientras que el 80% restante “gozará” del 20% de los recursos y de ningún poder político siempre y cuando se permita seguir el curso natural de las cosas.

Y aquí se abre paso la noción de que el Estado, pese a todo lo que se sostiene, está obligado a intervenir en la economía para evitar que las cosas sigan su curso natural, esto es, para evitar que suceda la natural concentración de la riqueza en una capa minoritaria de la nación. Sin embargo, la idea de Estado intervencionista ha sido desechada innumerables veces, siendo considerada hasta nociva para la salud de la economía de una nación. Pese a esto distintas corrientes de pensamiento dieron lugar al marxismo, comunismo, socialismo, socialismo utópico, la socialdemocracia, cuyo propósito es buscar la forma de evitar o influir en la economía para obtener, de esta forma, una distribución de la riqueza más equitativa con más fracaso que éxito.

Sin embargo el supuesto éxito del liberalismo económico está basado en la exclusión sistemática de la mayor parte de los habitantes de una nación preservando a una minoría de esa nación el privilegio de gozar sus riquezas, esto no debería verse como un éxito, a mi entender, a menos que se hable del éxito del permiso a la explotación del individuo por parte de otros individuos.

Nos queda pendiente, como sociedad, reconocer que la palabra exclusión no es asociable a la palabra civilización, que una sociedad no puede ni debe permitir que existan individuos en su interior que hayan sido excluidos del goce de los bienes producidos en esa sociedad y que ninguna teoría económica debería ser aceptada como justa o exitosa mientras existan pobres dentro de las fronteras donde se le aplica.

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