viernes, 23 de noviembre de 2007

El tercero autoexcluido


Durante muchos años de mi vida me he comportado como el tercero autoexcluido. Tenía compañeros, salíamos juntos de ronda pero jamás participé de sus guarrerías y gamberradas sino que parecía observar todo, incluyéndome a mí, desde afuera, de una manera similar a la que cuentan aquellos que se mueren sin morirse. Tampoco contaba nada de lo que hacía, sino solo lo que pensaba. Para muchos de mis conocidos mi vida es casi un reino de sobre-entendidos (lo que a veces lamento) más que de certezas. No solía hablar de mujeres o cosas por el estilo y recién le dije a mi madre que estaba de novio, presentándole a la interfecta cuando supe que posiblemente me casara con ella (con la interfecta, no con mi madre).

Esa condición más la de ser una especie de hombre de goma que se amoldaba a cualquier hueco, resquicio, situación y circunstancia me permitieron meterme en lugares vedados para algunos. En muchos de los sitios por los que solía andar yo era “el otro” pero pese a serlo jamás me convertí, gracias a dios, en un chivo expiatorio de los males ajenos. También poseo un elevado sentimiento de autocrítica pero más sobre lo que pienso, sobre mi manera de pensar, que sobre lo que hago (de otra forma no me hubiese atrevido jamás a escribir poemas o post de este tipo), tengo, por así decirlo, dos principios básicos: “Nadie posee la verdad” es el primero y el segundo “cuando más amplio el criterio más profundo alcanzas a mirarte”.

Por esto, muchas veces, re-examino lo que digo o pienso para ver si no me he equivocado o si he pecado de necio, cuando generalizo, por ejemplo, sé que me he equivocado y trato de volver atrás en mis pasos aunque no siempre lo consiga.

He pedido muchas veces perdón y jamás he pedido a nadie que se disculpe conmigo, creo en el poder de decisión de mis semejantes y ellos sabrán decidir si han o no han de darme sus disculpas. Creo en dios, en un dios muy a mi manera, un dios que mira y piensa y jamás juzga ni interfiere. Un dios bastante cómodo, por cierto, al que veo como a un padre comprensivo y no como a un dictador autoritario.

No soy ni machista ni feminista, creo que la mujer es exactamente igual al hombre excepto en el hardware que utilizamos para el sexo, ni ellas ni nosotros somos mejores, solo iguales y como tal las trato. También evito caer en arquetipos aunque a veces no lo consigo porque, después de todo, el pensamiento humano es paradigmático.

No creo en la violencia como solución ya que generalmente crea más males que el mal que supuestamente soluciona, no creo que “ser iguales a los ojos de dios” obligue a todos los humanos a tener los mismos gustos, las mismas preferencias. No creo en la fronteras porque el mundo es uno y todas las fronteras son una creación humana destinadas más a definir el lugar “que es nuestro” aunque vender la tierra tenga tanto sentido como comprar un planeta. La antigüedad solo nos da derecho a ser viejos pero jamás podría ser considerada como una razón lógica para extender títulos de propiedad o cosas por el estilo.

Formé mi criterio a una edad a la que los demás ya lo poseían, por eso aún puedo ampliarlo, me gusta aprender, leer y discutir sobre lo leído y aprendido.

No creo en el tiempo como dimensión real, lo considero más una creación humana que permite vender agendas, también creo que la mayoría de los legos que explican la Teoría de la Relatividad no la han comprendido cabalmente, pero esto es relativo.

Soy el que soy y así me admito. Diré lo que quiera decir y hablaré de lo que quiera hablar porque no concibo otra manera de hacer las cosas. Me equivocaré tanto como cualquiera y pediré perdón porque es correcto pedirlo y volveré a escribir y meter la pata porque es la única forma de aprender que he conocido. Los errores enseñan, los aciertos hacen que nos pensemos infalibles.

Tómese esto como una declaración de principios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué entrada más buena, sincera y valiente señor Rabadá!

Clap, clap, clap...

:]