domingo, 13 de enero de 2008

reflexiones de un calvo (es decir, descabelladas)


Algo que siempre me hubiese gustado es poder comparar, de alguna forma, el saber general con el saber específico o, dicho de otra forma, lo que la mayoría cree que es con lo que los expertos nos dicen que es porque, indudablemente, en algún momento o lugar se produce una trasmutación de los conceptos y si profundizamos con el estudio de ciertas materias humanísticas nos enteramos que nuestro saber superficial no solo está errado sino que muchas veces es el opuesto del saber profundo.
Un ejemplo de esto es la revolución francesa a la que normalmente se la piensa como a una revolución popular cuando en realidad fue una revolución burguesa destinada a sentar las bases del capitalismo en un territorio donde, por esas fechas, la monarquía impedía su desarrollo y normal crecimiento. La revolución francesa fue conducida por girondinos y jacobinos, esto es alta y media burguesía, quienes utilizaron la desesperación del pueblo francés, azotado por el hambre y la inflación, para conseguir sus propios fines. De hecho, los sans culottes en cuyas filas podemos encontrar a Paul Marat no tenían escaños o representación oficial en la asamblea revolucionaria.
La independencia de los EE.UU., primer gran revolución quizás y hasta cierto punto libertaria, fue no una revolución popular destinada a preservar el derecho a autodeterminar su destino dado por un grupo de colonias, sino la única forma en la cual las antiguas colonias inglesas pudieron asegurar su paso de una economía colonialista a una economía capitalista ya que, hasta el alzamiento de las colonias inglesas en América, estas solo podían producir productos que no compitieran con los producidos en Inglaterra.
Por su parte, la revolución rusa de principios del siglo XX no fue en sí una revuelta del pueblo para obtener el control de su destino a través de la filosofía marxista sino que concluyó en la conformación de un estado fascista cuyos miembros siguieron utilizando al ciudadano en su propio beneficio.
Este tipo de cosas son las que, a veces, nos hacen dudar de tantos y tantos tratados acerca de formas de gobierno y filosofía económica. En realidad podríamos decir sin equivocarnos demasiado que política y economía son términos tan estrechamente relacionados que el intentar separarlos es no solo infructuoso, sino también necio.
Al final podríamos terminar creyendo que estos tratados solo sirven cuando permiten a las clases dominantes justificar su dominación ante los dominados. En la actualidad, por ejemplo, aceptamos los principios del liberalismo económico porque, supuestamente, estos principios son beneficiosos para la mayoría cuando esto, en realidad, no es cierto.
La democracia, por su parte, se define como el gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo ¿Es esto cierto? Quizás en un principio, hasta que los resortes de poder se fueron acomodando y transformando levemente las cosas. Podríamos decir que hoy la democracia es una forma de gobierno gracias a la cual los miembros de un estado pueden elegir a personas que, en lugar de representar sus intereses, representarán los intereses y deseos de los más poderosos en desmedro de los deseos y necesidades del pueblo. Como alguna vez dijo Borges, la democracia no es más que una superstición aunque no en su idea sino que lo es en su implementación.
El presidente de un país es más un gobernante que un mandatario, en lugar de comprometerse y poner en marcha el mandato recibido por parte de sus representados toma decisiones e implementa medidas muy alejadas de las razones que provocaron que fuese elegido. Sus promesas en épocas de elección son casi una enumeración de las cosas que no piensan hacer de ser elegidos y esto es algo que la mayoría de las personas asume como incorrecto, y sin embargo sigue y seguirá sucediendo.
El estado moderno, en la práctica, es simplemente una forma de blindar los accesos de poder al común de la gente, solo la clase política y los grandes agentes económicos tienen un concreto y real acceso a este poder. Ellos son los que deciden, para mal o para bien, las medidas a implementar en una región o estado supuestamente democrático, por más que estas medidas se contrapongan al bienestar y necesidades de la mayoría de los ciudadanos.
Esto es lo único que permite explicar el fenómeno continuo de la concentración de la riqueza en manos de unos pocos y todos los obstáculos que se elevan para evitar la redistribución de esta riqueza. Con distintos argumentos se intenta convencer, y lamentablemente se consigue, a la mayoría de la gente de que el bienestar general es un sueño utópico.
Sin embargo aún admitiendo que este bienestar general sea una utopía en el actual estado de cosas también la abolición de la monarquía era una utopía en su momento. Para abolir la monarquía como forma de gobierno solo hizo falta que un número suficiente de personas decidiera que era necesario e indispensable conseguirlo y luchase a tal efecto. Supongo que para abolir el actual estado de cosas haría falta lo mismo, un grupo suficiente de personas que decidiese que el estado actual de las cosas es insostenible y que luchase para conseguir transformarlo.
Pero esto no ocurre porque a lo largo de los años las vías de comunicación estuvieron en manos de quienes no deseaban que cambiase el estado de las cosas. Desde periódicos, radios y televisiones solo era posible oír a aquellas personas cuyas ideas no cambiaban en realidad el establishment sino que lo modificaban levemente o habían ideado nuevas justificaciones.
El ciudadano terminó aceptando que era normal que ciertas personas muriesen de hambre, por ejemplo, y la distinción entre mejores y peores, más preparados y menos preparados. De esta forma nos parece hoy normal que el 2% de la población mundial controle y disfrute del 80% de los recursos de este mundo. Y me pregunto ¿Qué diferencia existe con el estado de cosas de los siglos pasados?
Que un rey o un empresario disfruten del poder económico es exactamente lo mismo. Podríamos decir que un rey aunaba en sus manos el poder político y el económico pero no es menos cierto que en la actualidad la gran empresa aúna esos mismos poderes y que impone, muchas veces, sus necesidades y su interés a quienes supuestamente gobiernan en representación de todos.
Existen ciertas cosas que deberían replantearse, como por ejemplo, la función del dinero en una sociedad. El dinero en la actualidad es impreso y emitido sin un patrón real, vale porque el estado dice que vale y no porque su valor sea garantizado, como en décadas pasadas, por cosas como el oro. El dinero en la actualidad es simplemente un papel emitido por un estado y en eso está todo su valor. Antes las monedas, el dólar por ejemplo, eran transformables en oro y quien poseía un dólar poseía cierta cantidad de oro pero eso ha dejado de ser cierto.
Dicho de otra forma, la inflación en siglos pasados se basaba en la emisión de moneda por encima del respaldo de esa moneda que tenían los gobiernos. Suponiendo que un estado poseyera 100 kilos de oro y emitiera moneda papel garantizada con ese oro si emitía cien papeles (billetes) cada papel valía un kilo, pero si emitía mil billetes cada papel valía un gramo, compraba diez veces menos y teníamos inflación. En la actualidad, la inflación se produce cuando existe una pérdida de confianza en la moneda de un estado. Mientras la gente confíe en la moneda de un estado esta moneda será fuerte y la inflación será baja, pero si existe una pérdida de confianza en esta moneda la inflación se dispara.
Esto es lo que sucede por lo general en las economías latinoamericanas, acostumbradas a hacer la equivalencia moneda nacional-dólar. Pero si estudiamos la forma en la cual se emiten los dólares veremos que este no tiene ningún respaldo, que es una especie de moneda virtual, y que por lo tanto su valor depende de la imagen de fortaleza que posee Estados Unidos. En la actualidad es posible contraponer a la Unión Europea contra esta fortaleza y de allí que el valor del dólar caiga, pero me atrevo a decir aún sin pruebas que la forma de emitir euros no se diferencia demasiado de la forma en la cual se emiten dólares, yenes o la moneda de juegos como el monopoly o el estanciero.
Es decir que, en definitiva, vivimos en una época donde la democracia es simplemente una idea virtual no llevada en realidad a la práctica, excepto por el hecho de que se cuentan los votos, donde el dinero es algo virtual sin respaldo genuino. Esto permite que los dueños del poder económico sigan acumulando riquezas reales a través de elementos virtuales, permite que la concentración de la riqueza se acelere por medios absolutamente ilógicos, con tanto valor como el de una acción emitida por una empresa que no existe pero en la cual la gente confía porque así se lo han dicho.
Lo único distinto es este medio, también virtual, llamado internet, que por primera vez da alcance masivo a individuos que de ninguna otra forma lo obtendría.
Pero poco a poco están intentando imponerle limitaciones y para ello utilizan el más viejo de los métodos: despertar el miedo.
Después de todo, a tantos le ha dado resultado despertar el miedo para conseguir sus fines que el que lo utilicen otra vez no ha de sorprendernos. El miedo a los judíos, al extranjero, al terrorismo, a la anarquía, a la inflación, siempre ha existido un miedo que permita a las clases dominantes asegurar su posición frente a nosotros.
Y sin embargo este mundo siempre ha sido uno solo, y todos quienes habitamos en él somos ciudadanos y tenemos exactamente los mismos derechos.

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