domingo, 20 de enero de 2008

reflexiones desequilibradas o acerca de la naturaleza mal entendida de las cosas


Cuando uno intenta detenerse unos segundos para pensar, o al menos fingir que piensa, no puede dejar de apreciar las profundas contradicciones que aquejan a nuestro pequeño mundo. Por un lado, se festeja el heroísmo de alguien que da su vida por salvar a un extraño, por otra parte se deja morir de inanición a miles de niños por día. El hecho irrefutable de que en el mundo actual el alimento alcance para que todos coman parece no ser... como decirlo... importante. Se acepta sin demasiado análisis que para que alguien pueda estar bien alguien ha de estar mal, como si se exigiera a la raza humana un equilibrio natural y estuviésemos obligados a mantenerlo.

Sin embargo, los seres humanos nos hemos pasado toda nuestra historia desequilibrando las cosas ya que si nos hubiésemos atenido a lo “natural” ni siquiera hubiésemos aprendido a encender fuego. Me da entonces por pensar que existe una cierta naturaleza en todo lo que nos rodea y que esa cosa que llamamos naturaleza no es en sí un ente, ni una ley o serie de leyes inapelables, sino que es simplemente la forma en la cual tienden a ocurrir las cosas. También se me ocurre pensar que porque una cosa tienda a ocurrir siempre de la misma manera esa manera no ha de ser respetada ni mantenida incólume, de hecho, ha de romperse si el romperlo significa un beneficio a toda la especie.

Por ejemplo, que el hombre no pudiese volar de manera natural solo incitó a un sin número de locos y visionarios a intentar volar. Algunos pagaron ese intento con sus vidas permitiendo a los "sabios" decir “está escrito, volar es imposible”, pero luego alguien consiguió levantar el vuelo y mantenerse relativamente intacto por un momento y se descubrió que la palabra “imposible” suele significar “muy difícil”.

Ya hemos visto, entonces, que muchas veces la palabra “imposible” puede ser cambiada por “muy difícil” y las cosas pueden ser muy difíciles por muchas razones, una de ellas es la de requerir un nivel tecnológico mayor que el disponible (tal y cómo sucedía cuando la gente deseaba volar sin que existiera una fuente de poder apta para tal objetivo), o porque el concretar la idea imponga la necesidad de cambiar la forma de ver las cosas a un número elevado de personas que, encima, estando como están las cosas se encuentran fenómeno.

La creación de una sociedad global en la cual nadie pase hambre ni apuros económicos es considerada “imposible” por esta causa. Para conseguir esto es necesario implementar una forma de redistribuir exitosamente la riqueza y no me imagino, ni a mí ni a nadie, yendo hacia el despacho de un corredor de bolsa multimillonario y diciéndole que para saciar el hambre en Etiopía es necesario que él acepte entregar una parte mayor de sus ganancias. Tampoco me imagino yendo al despacho de un gran empresario para decirle que sus empleados no solo han de ganar lo que a él se le ocurra pagarle, sino que han de ser considerados socios en el proceso productivo y por esto recibir un salario proporcional a las ganancias que cada uno le produce.

Esta es una de las razones por la cual alguien o un determinado número de álguienes pensaron en el concepto de Estado agregándole la palabra Democrático. Supuestamente un Estado de este tipo permitiría que todos aquellos que viviesen en su territorio tuviesen un gobierno a la medida de sus necesidades y deseos. El Estado evitaría que los ricos se abusen de los pobres y viceversa, al mismo tiempo que garantizaría a sus habitantes la satisfacción de lo que se conoció como derechos inalienables del ser humano, o Derechos Humanos. El Estado Democrático funcionaría como una especie de mediador entre las distintas clases sociales que lo formaran, evitando la aparición de un excesivo desequilibrio entre ellas, desequilibrio que se produce de manera natural según Pareto, es decir que el Estado Democrático tenía que trastocar la tendencia natural que tienen las cosas para suceder, esto es, tenía que evitar que todo el bienestar se ubicase de un solo lado de la escala. La única forma de conseguir que el bienestar se colocara sobre toda la escala era interviniendo en el tejido socio-económico y para intervenir en este tenía ciertos poderes. Podía, por ejemplo, crear impuestos, podía aplicar la fuerza de manera legítima, crear leyes que reglaran el comportamiento de los ciudadanos de acuerdo a ciertos parámetros que evitaran que unos lesionaran el derecho de otros, etc.

Del mismo modo, el Estado Democrático debía velar porque se cumplieran los Derechos Humanos dentro de sus fronteras, no podía ignorarlos ni podía romperlos (en teoría, por supuesto). Y entre estos Derechos estaba el derecho a la subsistencia, el derecho a la vivienda, el derecho al libre tránsito, el derecho a trabajar, el derecho a tener una familia, el derecho a la propiedad, a la libre expresión de las ideas y opiniones, etc. Pero una cosa es gozar de un derecho y otra cosa es tener la posibilidad de ejercerlo. Si a alguien se le da un derecho pero no se le da la posibilidad de ejercerlo se le está dando nada. Esto es más entendible si, por ejemplo, imaginamos a un preso que goce del derecho a visita pero solo el sexto domingo de cada mes. Indudablemente los meses no tienen jamás un sexto domingo por lo cual el preso tiene un derecho pero no la posibilidad de ejercerlo, por lo cual bien podemos decir que ese derecho no es un derecho, sino una burla.

Surgen entonces dos ideas básicas de Estado, el Estado Capitalista, donde una persona puede ser la dueña de los elementos que sirven para crear riqueza (máquinas, fábricas, propiedades, etc.), y el Estado Comunista, en el cual ninguna persona podía ser dueña de los elementos generadores de riqueza, sino que el propietario de estos bienes era el mismo Estado. Ambos sistemas, hemos de reconocerlo, han fracasado, y han fracasado por la sencilla razón de que uno de ellos no impide que una gran parte de los seres humanos muera de hambre, no tenga acceso al mercado de trabajo, no tenga vivienda, etc. y el otro simplemente derivó hacia un estado fascista donde el Estado terminó alienando todos los derechos de la masa de ciudadanos en su propio beneficio, Stalin mediante.

Se concibe, entonces, una tercer forma de Estado, el Estado Socialdemócrata, donde se respetarían todos los derechos de las personas y al mismo tiempo se crearían mecanismos que permitieran redistribuir esta riqueza de manera que los ricos no sean tan ricos y los pobres no sean tan pobres. Pero claro, el problema es que los ricos desean ser cada vez más ricos por lo que se oponen a todo intento de inmiscuirse en sus ganancias por parte de cualquier Estado. Entonces alguien, algún iluminado, creó y difundió la idea de que un estado que interviniese en la economía llevaría a todos sus ciudadanos al desastre. Esto implicaba que el Estado podía intervenir en todas las actividades sociopolíticas, pero jamás en las económicas. Un Estado, entonces, puede indicarnos donde podemos hacer tal y cual cosa, a que edad comenzar a beber, si podemos o no poner fin a nuestras vidas por nuestra mano o de manera asistida, pero, en materia económica, tiene que “dejar hacer, dejar pasar” lo que, indefectiblemente, hace que la economía se desenvuelva de manera natural, es decir, tienda al desequilibrio, a la concentración de la riqueza.

Algunos, siguiendo ejemplos desafortunados de otros países, terminaron afirmando que el gobierno de un Estado Democrático solo ha de preocuparse por gobernar, dejando todo lo que no es de su incumbencia en manos privadas. De esa forma el Estado debería deshacerse de lo que “no sabe hacer”, es decir, educar, dar salud, proteger, y ha de concentrarse en, simplemente, administrar el territorio. El problema es que a nadie se le ocurre detallar que otras tareas puede hacer un Estado, fuera de estas, que beneficien en algo a la gran mayoría de sus ciudadanos.

Doy un ejemplo, si la salud queda en manos privadas, si la policía queda en manos privadas, si la defensa queda en manos privadas, si la educación queda en manos privadas, si la justicia queda en manos privadas, tendríamos un estado cuyos gobernantes, más allá de decir “ganamos” cuando triunfan en una elección, no podría hacer gran cosa. Tendríamos un estado inoperante que cobraría impuestos para pagar sus costos de inoperancia y sus ciudadanos estarían en manos de aquellos de los cuales el Estado tiene que protegerlos para que no se abuse de ellos.

Si un Estado puede hacerse obedecer es porque puede amenazar, y si puede amenazar es porque tiene las herramientas que sirven para concretar una amenaza. Si se le quita esa herramienta se le quita la fuerza y tendríamos un Estado muy similar a lo que es la Organización de las Naciones Unidas, una entidad incapaz de oponerse a las decisiones de su socio más poderoso.

Un Estado está obligado a dar atención sanitaria gratuita a sus miembros ¿Por qué? Porque es la única forma de garantizar que reciban atención aquellos miembros a los cuales darles atención no reporta beneficios. El Estado no tiene como fin recibir beneficios, sino prestar los servicios indispensables a todos sus miembros. Una sociedad civilizada, entonces, no es aquella más avanzada tecnológicamente, sino aquella en la cual todos sus miembros cuidan unos de otros sin excepciones y se aseguran de que todos puedan gozar de los mismos derechos. Una sociedad civilizada no es la que excluye a parte de sus miembros, sino la que los incluye y cuida y esa es la misión del Estado Democrático, vigilar y procurar que ninguno de sus ciudadanos sea excluido y que todos y cada uno de ellos gocen de salud, protección y demás derechos aún cuando esto no le produzca beneficios económicos, aunque sí morales.

Pero estos beneficios morales no han de deducirse de la ética y la moral empresaria, porque en una empresa todo el entramado ético y moral está teñido por lo económico y la necesidad de beneficios. El Estado Democrático es una empresa humana, sin fines de lucro, y su ética y moral están muy alejados de los principios económico-financieros o, al menos, han de estarlo.

Al mismo tiempo, debería extremar sus cuidados al reunirse con representantes de los grandes factores económicos ya que estos, como es natural, van detrás de los beneficios privados y no de los beneficios sociales, como muchas veces se ha comprobado. Dicho con un ejemplo, si el Estado no vigilase a las empresas estas contaminarían libremente ya que controlar la contaminación es más caro que no hacerlo. Por último, un Estado Democrático debería ser consciente de que no puede estimular conductas impropias en otros Estados. Esto implica la necesidad de reconocer que comerciar con países donde se emplea mano de obra esclava es una forma de estimular la esclavitud y, a la postre, sirve como fuerza extorsiva a las grandes empresas ubicadas en ese Estado que pueden amenazarlo, de hecho se han registrado algunas amenazas de este tipo, con relocalizar todo su aparato productivo en estos países si una ley estatal amenaza con afectar sus beneficios.

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