jueves, 7 de febrero de 2008

capitalismo y Estado, cuando las funciones se delegan


Existe la tendencia, al hablar de economía, a referirse a leyes económicas y hago aquí un mea culpa ya que varias veces he hablado de la ley de la oferta y la demanda cuando, indefectiblemente, esta ley no existe sino que es, simplemente, una tendencia observada pero imposible de generalizar fuera del sistema de gestión capitalista, porque los grandes sistemas económicos, capitalista, comunista, cooperativista, son sistemas de gestión, es decir, una manera de hacer las cosas.

Adam Smith era un observador, observó la sociedad de su época y dedujo el
sistema económico imperante, pero donde Adam Smith veía leyes deberían verse estructuras. Una estructura es la forma en la cual las distintas partes se ordenan para formar un todo, dentro de esa disposición u orden existe una forma de interrelacionar las distintas partes de manera que interactúen entre sí, es decir que una vez visualizada la estructura Adam Smith llamó leyes a las resultantes de esa interacción cuando, en verdad, debería haberlas clasificado como “características” del mismo.

Dicho de otra forma, si deseamos construir un sistema económico capitalista hemos de aceptar que el precio de un producto dependa de la relación existente entre la oferta y la demanda de ese producto, llamando a esto “ley de la oferta y la demanda”. Aceptamos que cuando mayor la oferta y menor la demanda menor el precio, cuando mayor la demanda y menor la oferta mayor el precio. Esto se debe a la competitividad que se genera en la sociedad por la adquisición de dicho producto, cuanto más personas compitan por la adquicisión de un producto mayor el valor “percibido” del mismo ¿Y qué es el valor percibido? Es el valor que damos a las cosas de acuerdo a nuestra percepción, es completamente subjetivo, personal y, por ejemplo, tomando el caso de dos personas, una con trabajo y otra sin trabajo, seguramente la persona con trabajo estará disconforme con su sueldo mientras que la sin trabajo desearía poder desempeñar esa tarea aún y cuando le paguen menos que al que ya la desempeña. El valor que da a tener trabajo el desempleado es mayor que el de quien ya lo tiene. Y eso lo saben quienes poseen empresas.

Si no usásemos dinero y el estado nos ocupara en distintas tareas teniendo por ello la posibilidad de vivir cómodamente teniendo todos el mismo auto, la misma casa, las mismas posibilidades de viajar, etc., es decir, si viviésemos en un estado comunista ideal (no los que existieron), donde no hubiera escases de bienes o servicios, la ley de la oferta y la demanda dejaría de cumplirse. Es decir que para exista la ley de la oferta y la demanda ha de existir un sistema que permita la desigualdad de poder adquisitivo, y ese sistema es el capitalista.

Pero los sistemas capitalistas se aplican en determinados territorios llamados Estados. Un Estado es un concepto político y se refiere a la forma en la cual la sociedad se organiza dentro de un territorio determinado. La misma palabra política proviene del griego, politikós, definiéndose como todo lo relativo al ordenamiento de una, o la, ciudad, recordando aquí que en la antigua Grecia cada ciudad era un Estado. Es decir que un Estado es un sistema abierto (considerándolo desde el punto de vista de la
Teoría General de los Sistemas) en el cual las distintas partes que lo componen se interrelacionan e interactúan entre sí, interdependiendo de su entorno, formando un todo sinérgico que se orienta a la consecución de un propósito.

Y aquí llegamos al meandro de la situación ¿Cuál es el propósito del sistema económico capitalista? Adam Smith reflexiona acerca de dos características fundamentales que han de existir en este sistema, una es el egoísmo y la otra la empatía. El egoísmo, el pensar en lo que a mí me hace bien, a mí me gusta, en lo que yo supongo necesitar para ser feliz, favorece que yo acepte tomar determinados riesgos para alcanzar a satisfacerme, me impulsa a tomar riesgos para generar riqueza, es decir, me impulsa a crear y poseer capital. La
empatía por su parte, me permite ponerme en el lugar del otro, mi vecino o quien trabaja para mí, me facilita reconocer las necesidades y deseos del otro y evita que lo sacrifique en pro de la consecución de mi destino, es decir, que lo explote.

Lamentablemente, en la práctica, el sistema capitalista ha fomentado el egoísmo pero no la empatía y ese es su fracaso, fracaso que causa el evidente desequilibrio que existe en la actualidad en cuanto a la distribución de la riqueza, y es aquí donde empieza a jugar el Estado como factor del sistema que debería tender a minimizar el desequilibrio existente ¿Cómo? A través de su función recaudadora que permite, mediante la división proporcional de la carga económica que conlleva pagar sus costos operativos asegurando su funcionalidad asegurándose al mismo tiempo que todos sus ciudadanos puedan gozar de los servicios mínimos indispensables de seguridad, educación y salud, independientemente de su poder económico.

Pero el Estado actual no solamente no se preocupa de minimizar el desequilibrio económico dentro de sus fronteras, sino que muchas veces lo estimula. Este estímulo bien puede ser traducido en una disminución de la carga impositiva hacia sus miembros y organizaciones más pudientes o en el traslado de tareas que caen bajo su responsabilidad al sector privado. ¿Por qué desequilibra aún más la balanza al hacer esto último? Porque una organización pública no necesita obtener beneficios, mientras que una organización privada encuentra su razón de ser en la obtención de un lucro económico. Esto implica, por necesidad, que las organizaciones privadas que reemplazan al Estado en la provisión de determinados servicios evitarán satisfacer las necesidades de aquellas personas que no puedan dárselo y en ningún lugar se ve más esto que en la salud.

Al mismo tiempo, el pasaje de servicios del área pública al área privada debilita al Estado ya que su orden interno dependerá no solo de la eficiencia y eficacia que estas organizaciones privadas demuestren al prestar el servicio que se les ha delegado, sino también de la empatía que sus directivos demuestren al desempeñar estas funciones y, claramente, el acceso a un servicio indispensable no puede estar sujeto a la existencia, o no, de la empatía en los dirigentes de una organización privada.

Esto implica que el Estado tiene funciones irrenunciables, estas funciones se traducen en servicios prestados al conjunto de sus ciudadanos y se dividen en áreas básicas, tales como la justicia, la seguridad, la salud y la educación. Si el Estado no garantiza a todos sus integrantes el libre acceso y disfrute de estos servicios no está cumpliendo su función, es decir, está permitiendo que se genere un desequilibrio que, en la práctica, quita razones a su existencia.

Y esto es lo que está sucediendo en la actualidad. La delegación de las funciones básicas del Estado en manos privadas permite que estas manos puedan aplicar presión sobre los distintos gobiernos que se ocupan de dirigirlo, la presión que aplican los grupos privados busca, indefectiblemente, la consecución de mayores beneficios, maximizar el lucro, por lo cual se excluye de las distintas funciones delegadas por el Estado a parte de la población, se quita a gente del sistema aún cuando está, territorialmente, dentro del sistema. Esta exclusión es una muestra del desequilibrio, en cuanto a la distribución de los recursos económicos, que existe dentro de ese Estado, muestra el incumplimiento de las funciones del Estado y, a la larga, niega la necesidad de la existencia de ese Estado.

Por eso, es imprescindible no solamente regenerar la función del Estado sino también redefinir y recrear un sistema económico que evite la exclusión dentro del mismo y para ello es necesario ver hasta donde es cierta la inamovibilidad de las reglas del capitalismo y hasta donde esta inamovibilidad no es simplemente una mentira destinada a ocultar los verdaderos motivos por los cuales se persiste en seguir dentro de un orden de cosas que, a lo largo de los años, solo ha generado una mayor desigualdad y un mayor desamparo sobre la mayoría de los ciudadanos en beneficio de una minoría cuyo poder le permite escapar de todas las reglas del juego.

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